Experiencias de Voluntariado


Bangladesh: el país del delta sagrado

Autor/a
País
BanglaDesh

Es una experiencia de

Foto "escuela de mujeres"
Impresiones de un viaje de apoyo a los voluntarios humanistas bangladeshis, que están desarrollando proyectos de salud, educación y calidad de vida Proyectos Humanistas Internacionales. Abril 2004 Dhaka es una gran aldea disfrazada de ciudad, con un traje gris y descosido, que oscila entre algo inacabado y algo que se cae a pedazos, por el simple desgaste, por la erosión de los elementos. Y es que los bengolis no se preocupan mucho del aspecto externo de sus edificios, de sus casas, de sus calles... Aunque cuidan bastante lo que hay dentro: sus niños, sus mayores... sus gentes. Dentro de un medio difícil, de una ciudad dura, tensita, donde conviven los “slams” (barrios paupérrimos de chavolas de madera y chapa) junto a modernas tiendas de móviles y carteles publicitarios “a la occidental”, completamente irreales y fuera de lugar. Pero Dhaka es, a la vez, una ciudad ágil y despierta, muy despierta, de edificios bajos, palmeras, corrales de gallinas... dinámica, donde se trabaja mucho y muy duro. Una ciudad donde en las azoteas no habitan las palomas sino los cuervos, que viven de los despojos de las basuras que abundan en sus calles. Los conductores de rickshaws son los mejores símbolos de esa ciudad: hombres pequeños, delgados y fibrosos, que son capaces de pedalear portando dos y hasta tres pasajeros, o cargas inimaginables, que superan en varias veces su peso. Hombres silenciosos, que pedalean con gran habilidad, esquivando otros rickshaws, taxis, autobuses, peatones... mientras timbran constantemente advirtiendo de su paso. Y, finalmente, después de su dura tarea, reciben unos pocos takas (un dólar vale 55 takas) sin mucha opción a exigir más. Y sin embargo, no son los más pobres, pueden considerarse trabajadores autónomos, de clase media-baja, pero que pueden mantener dignamente a sus familias. Aunque haciendo un trabajo digno de esclavos, de bestias de carga humanas... Sin embargo, la modernización, que también llega inexorable a Bangladesh, amenaza con hacerlos desaparecer en unos años, afectando al sustento de miles de personas. A este paisaje humano, que oscila entre lo vital y lo desgastado, lo surrealista y lo ceremonial, que oscila entre el ensueño importado de occidente y la poesía que nace de una cultura de gran belleza mental... de gentes pobres en lo material pero no pobres de espíritu, gentes rápidas, erguidas, de miradas milenarias, niños de seriedad solemne, mujeres que empiezan a buscar su espacio, hombres que quieren ser recordados por su bondad... A este paisaje humano llegamos, David, Sushmita, Sagrario y yo (un francés, una india y dos españolas), una mañana de abril, tras un viaje de veinte horas, con una curiosidad infinita, el deseo de ayudar y aprender todo lo posible de este mundo: Bangladesh, hija arisca de Pakistán y nieta de la India, un país que sigue construyendo su propia identidad, una nación adolescente acunada por las aguas sagradas del Ganges y el Brahmaputra, en las que se han bañado miles de ancestros. Durante doce días nos dejamos absorber por este pueblo, nos dejamos llevar, tratando de no perder detalle, atendiendo a sus códigos, su forma de mirar las cosas, su manera de hacer. Dejándonos cuidar y guiar por su hospitalidad legendaria, entramos en sus callejuelas, sus escuelas, sus locales, entramos en sus casas hasta la cocina... Hasta sentirnos parte de ellos, hasta encontrar lo común dentro de unas apariencias tan dispares, hasta enamorarnos de su cultura, de su historia, de su fe en los proyectos sociales que emprenden... Hasta mirarles y sentir su grandeza, mirarles y experimentar en lo más profundo: “hay que ayudarles” y, a la vez, “necesito tanto aprender de ellos...”. Y, tras un viaje cargado de tesoros intangibles, de encuentros y descubrimientos (cómo olvidar a Jashim, Monju, Jewel, Ruksana, Masud, Sarwar, Suruj...), de sentir la emoción de este pueblo agradecido y apretado (miles de millones viviendo en un pequeño jardín), volvemos “con la frente y las manos luminosas”, con el deseo de aplicar lo aprendido aquí, en nuestro barrio, con nuestra gente, con el deseo de transmitir esa fe en la posibilidad de cambio del ser humano y sus condiciones más injustas. Con la aspiración de seguir construyendo un futuro, expansivo y generoso, en el que quepamos todos.

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