Experiencias de Voluntariado


Voluntariado en Malawi - parte 2

Autor/a
Ainhoa Fernández del Rincón
País
Malaui

Es una experiencia de Ainhoa Fernández del Rincón

Ver Parte 1 de esta experiencia de voluntariado

La parte personal es la más fácil de sobrellevar, excepto cuando te sientes solo, porque por mucho que aprendas y estés rodeado de gente, a veces, te sientes solo, estás muy lejos de tu realidad y tus costumbres, y es inevitable sentir nostalgia en ciertos momentos. Aunque esos momentos pasan y se ven eclipsados por los grandes momentos de aprendizaje y entrega.

Los momentos más difíciles de llevar son aquellos en los quieres hacer y no puedes y te sientes impotente porque ves morir a gente sabiendo que en España podrían curarse en un abrir y cerrar de ojos, y allí no pueden si quiera aspirar a ello.

Siempre que me preguntaban estando allí y a mi vuelta como era la pobreza allí, mi respuesta era simple “no hay pobreza, hay olvido” porque para mí, es miserable que aquellos que nos llamamos “mundo desarrollado” demos la espalda al hecho de que millones de personas se mueren de hambre, cólera, malaria… A veces me asusta pensar que la gente se ha acostumbrado a oír estas frases. No sé por qué, pero impacta más decir que ha muerto de malaria que de hambre, quizá porque el hecho de que sea una enfermedad lo que mata, te hace sentirte más vulnerable porque una enfermedad puede tocarle a cualquiera, pero el hambre lo vemos más lejana y eso es lo que me hace enfadar. Morir de hambre es algo serio. Si lo piensas, morir de hambre creo que es de las peores muertes que puedes tener y que miles de niños sufren a diario. No poder comer o malcomer durante un día, otro, otro y otro… hasta que sus pequeños cuerpos se debilitan, hinchan y llenan de heridas, y pierden las fuerzas incluso para llorar. Y después de eso, mueren, después de haber sufrido caída del pelo, heridas en carne viva y la perdida de la alegría y la sonrisa que tanto caracterizan a un niño independientemente de donde nazcan, porque los niños no son conscientes de lo que carecen mientras puedan jugar, comer y sentirse queridos. El hambre mata su inocencia y alegría para finalmente matar sus cuerpos débiles y ávidos de lucha por los pocos minutos más de vida que el tiempo les quiera ofrecer.

Es quizá lo que más me dolió y marco de mi tiempo en África, ver día tras día que alguno de los pequeños que iban entrando en mi vida se iban para siempre. De muchos de ellos recuerdo sus caras, sus nombres, sus miradas penetrantes y llenas de súplica, recuerdo incluso sus voces y sollozos de miedo y dolor, de otros apenas recuerdo sus nombres porque solo me llegaban las noticias.

Pero he de ser justa y también diré que gracias a la ayuda de muchas organizaciones públicas y privadas, otros muchos niños salían de los hospitales recuperados y listos para volver a empezar. Esos eran los mejores días, cuando por la mañana, al mirar el registro de nuevos ingresos y bajas, lo único que veías era el nombre de aquellos pequeños que abandonaban el hospital para marcharse a casa con sus familias.

Pero no todo allí eran días tristes. Cada mañana era un festival de saludos, sonrisas, buenos ratos, felices historias que te contaban frente a una olla llena de nsima (pasta de harina de maíz), mientras reían y te hacían preguntas sobre “tu mundo” y como es la vida aquí o sobre por qué tu piel es tan blanca y tu pelo tan liso.

Echo de menos aquella vida, aquel sentimiento de no tener casi nada y no necesitar más. Aquellos largos paseos bajo el caluroso sol contemplando el paisaje, respirando pureza y encontrándome con lo más esencial del ser humano. Echo de menos la sensación de sentir el alma tan llena que crees que vas a estallar y el sentimiento de riqueza interior que ves en ellos y se te contagia.

Ver Parte 3 de esta experiencia de voluntariado


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